Verdadero sentido... no solo repetir


"Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro..." Mateo 5:9 (RVR 1960)
En medio del más grande discurso que el Señor Jesucristo dio a sus seguidores, él trazó la correcta forma de orar (o rezar para otros) no sólo enseñando el orden como debe ser hecho y los componentes que debe contener la oración sino que él hizo de la oración algo que va más allá de la práctica litúrgica. El orar para Jesús era aproximarse de tal forma a Dios que se le podía encontrar sin inconvenientes.
La forma singular de esta enseñanza ha sido adoptada en forma literal y repetitiva por algunas comunidades llamadas cristianas, pero en la intención de Jesucristo lejos que el simple deseo de repetir algunas frases, estaba la idea de concedernos un medio de relacionarnos con Dios mismo. Para ello nos indica que la oración se debe realizar a uno y solo soberano: a Dios, el eterno creador de cielos y tierra.

La sola idea de ver a Dios como lo más grande del universo -y de verdad lo es, pues lo sustenta- produce en nosotros cierto temor de no ser oídos y es precisamente por esta causa que Jesucristo introduce en la oración una expresión cercana llamando al santo, justo e inmutable Dios, como Padre y no simplemente como Su Padre sino como NUESTRO Padre, vale decir nos coloca en la similitud de hijos y con ello nos lleva al sitial de una relación familiar con Dios, asegurándonos que de la misma forma que un tierno y afectuoso padre, por muy alto que sea, se da el tiempo de atender a la voz de sus hijos, del mismo modo lo hará nuestro buen Dios con todo aquel que le invoque con sencillez de corazón y fe.
Ese Dios sublime que habita en luz inaccesible, lleno de santidad y verdad absoluta oirá mi ruego y me atenderá porque es un Padre amoroso; es nuestro Padre, favor éste concedido por la obra de Jesucristo en la cruz al morir por nuestros pecados -siempre y cuando creamos en Él y hayamos dejado nuestro corazón a su merced, entregándoselo para que lo limpie y reine allí.
Podemos acercarnos en oración y sin temor, no hablamos al aire, no imploramos a una imagen amedrentadora, nos acercamos a conversar con Nuestro Padre y por muy mala que sea la referencia que tengamos de nuestros propios padres terrenales, este Padre Celestial no nos defrauda, no nos engaña, nunca ofrecerá algo que no pueda conceder, nunca nos abandonará, nunca nos golpeará hasta destruirnos sino que siempre pero siempre estará atento a nuestra voz cuando se alce para reconocerle como Señor y cuando pongamos ante Él nuestros más ocultos dolores y pesares.

Si se nos hubiese mostrado desde pequeños que la oración es un diálogo con nuestro buen Dios y Padre Celestial, esta no sería simplemente una práctica litúrgica sino más bien sería la vida misma.
Por Escriba Diligente - Chile

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