¿Qué significa ser santo?

alegria ¿Qué significa ser santo? Podríamos iniciar diciendo que ser santo es vivir la santidad. Pero ¿qué es la santidad? Algún estudiante de las Escrituras pudiera levantar la mano y decir: “Ser santo es vivir apartado del mundo”, y entonces surgiría otra interrogante: ¿qué significa vivir apartado del mundo?

Una mala noción de santidad puede agotar y llenar de amargura a las personas. Para muchos incrédulos –y aún para algunos cristianos- ser santo es equivalente a padecer  deliberadamente una vida de privaciones en la vida diaria que paulatinamente van acotando su felicidad. La santidad es, según este error del legalismo, una lista de cosas que no debes hacer. Cuando la cumples, entonces eres santo; pero si la ignoras estás perdido.

Pero ¿Qué dice la Santa Escritura sobre ser santo?

La Biblia dice que la santidad es, en primer lugar, la condición que guardan los hijos de Dios en virtud de la acción sobrenatural del Espíritu Santo en sus corazones. Somos santos porque Cristo nos ha santificado con la verdad (Juan 17:17). Como miembros de la iglesia fuimos santificados por el sacrificio perfecto de Cristo (5:25-26). Desde que somos justificados Cristo nos presenta “santos y sin mancha e irreprensibles delante de Él” (Colosenses 1:22). En suma, por el puro principio de la Gracia de Dios en Cristo, y sin que medie absolutamente ninguna obra de nuestra parte,  somos santos delante de Dios.

Alguien pudiera objetar que eso es mentira  porque la santidad tiene que ver con nuestro modo de vivir. Yo contesto: No es mentira lo que he escrito porque está en la Biblia. Lo que sí ocurre es que falta añadir algo más que también es concomitante a la obra de la redención en nosotros. Cuando Cristo salva a una persona y la hace santa, apartada para Dios, el Señor también la separa de su amor natural al mundo y al pecado y la habilita para vivir una vida devota.

En este tesitura, un cristiano es santo en dos sentidos que van unidos: es santo porque Dios lo ha hecho santo en Cristo, y es santo porque en su existencia comienzan a darse las evidencias de la vida regenerada. Así, el que antes robaba, fornicaba, bebía, era idólatra, mentía, era chismoso, pervertido, grosero, envidioso, soberbio y egoísta,   entre otros hábitos o conductas pecaminosas, inicia un proceso de luchas y victorias contra el pecado que antes no experimentaba. Cada día se va conformando más a la imagen de Cristo y va creciendo en el conocimiento de las cosas celestiales. Esto significa que el pecador es capacitado por la gracia divina para vencer las tentaciones y vivir alejado de aquello que antes lo dominaba: El pecado no se enseñorea más de él (Romanos 6:14-23).

Lo anterior, no significa que el cristiano ya no pecará. En esta vida no existe este tipo de perfección. Lo que ocurrirá es que tendrá que enfrentar el dolor de pecar delante de Dios y clamando el perdón rectificará lo antes posible su transgresión con los auxilios del Espíritu de Dios. En muchas cosas fallamos todos los días y de todas ellas tenemos que pedir perdón diariamente (Santiago 3:2). En suma, la práctica del pecado es algo que ya no tendrá lugar en la nueva vida del cristiano (1 Juan 3:9). Como se ha dicho bien, Cristo nos salva de nuestros pecados y no en nuestros pecados.

Es falso decir que Cristo nos justifica sólo para salvación y no para santificación, pero también es falso declarar que Cristo nos justifica para salvación sólo por la fe pero hace depender dicha salvación de nuestras obras. Ni “gracia barata” ni “gracia cara”. Simplemente, Gracia Redentora, Gracia bíblica. La santidad es evidencia de la regeneración y de la elección. Es el fruto del “árbol bueno” (Lucas 6:43). Es el distintivo de hombres y mujeres de Dios. Es la regla de crecimiento, desarrollo y profundidad para todo cristiano. Es la batalla cada vez más victoriosa sobre la carne y la vieja naturaleza (Gálatas 5:16-17).

Si alguno clama que ya no es afectado por la lucha contra el pecado no conoce las Santas Escrituras. Si alguno dice que su naturaleza pecaminosa ha sido erradicada enteramente de su ser, de modo que ya no existe más en él el efecto de la caída está cometiendo un grave error contrario a la Palabra de Dios. Precisamente, porque estamos todavía en esta vida sujetos a las pasiones pecaminosas la Biblia nos llama a la guerra (Efesios 6: 10-18).

Ser santo no es simplemente seguir un reglamento de cosas que debemos evitar. Es una condición delante de Dios que trae aparejada los frutos propios de la vida regenerada. Ser santo es algo progresivo. Así, la vida santa deja de ser una obligación fastidiosa e irrealizable para convertirse en lo que realmente es: una vida que glorifica a Dios en el amor, el perdón, la paz y la comprensión cristianas. Ser santo es descansar en el Señor y vivir aprendiendo cada día un poco más de Él (Hebreos 4:3-11).

Juan Paulo Martínez

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