"Yo soy de Cristo" (1 Corintios 1:12). Reflexionando en torno a los fundamentos de nuestra fe


La división en la iglesia cristiana ha existido desde que ésta se fundó por nuestro Señor. Antes de que el ministerio terrenal de Cristo concluyera ya había gente que lo había abandonado (Juan 6:66), y esta práctica se ha extendido durante más de dos mil años. En la iglesia de Corinto Pablo lidió con problemas muy graves; entre ellos, enfrentó el sectarismo de algunos hermanos que alegaban pertenecer a la fe verdadera por haber sido iniciados en ella por ciertos hombres. "Yo soy de Pablo" decían los que habían salido de entre los gentiles; otros clamaban "Yo soy de Apolos", el hermano de la buena oratoria; "Yo soy de Cefas" argüían los judíos convertidos; y otros más, quizá los más orgullosos y arrogantes, aseguraban "Yo soy de Cristo" despreciando a todos los demás.

La palabra griega para división en este pasaje es squisma que también puede ser traducida como rotura. Fue una rotura de la que Cristo hablaba como la causa de que los odres viejos dejaran de servir para llenarlos con vino nuevo (Mateo 9:16; Marcos 2:21). Los hermanos de Corinto estaban atribuyendo honores y gloria a liderazgos humanos y a sí mismos cometiendo pecado y generando contenciones inútiles. El apóstol les deja claro que en Cristo no hay ninguna división (1 Corintios 1:13) y que la iglesia de Jesús es una unidad: "Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo" (12:12).

Pero la historia de la iglesia ha mostrado que las desavenencias han generado división tras división. Primero las iglesias existían como congregaciones locales que recibían una misma enseñanza (Efesios 4:5-6) y en las cuales se predicaba un solo Evangelio (1 Corintios 15:1-8). Más tarde, el poder de la iglesia romana creció a tal punto que logró definir la política de Estado y durante alrededor de mil años configuró las condiciones de la vida pública y espiritual. Sin embargo, con el redescubrimiento de las Santas Escrituras, gracias a los esfuerzos de clérigos como Wicliffe y de reformadores como Lutero, despertó el corazón de hombres piadosos aprisionados por la ignorancia a que estaban sujetos por Roma y el Evangelio fue predicado de nuevo según el poder de Dios en la Palabra Santa.

Con el movimiento de la reforma nacen algunas de las denominaciones cristianas que existen en la actualidad. Los nombres otorgados a las mismas no resultan de un capricho de un "avatar" o algo parecido, sino de la crítica y el examen riguroso a que fueron sujetas comunidades de hermanos que se reunían bajo cierta escuela teológica, o bien, en función de movimientos políticos que sirvieron para llamar a los cristianos a la pureza de la doctrina, y según los cuales se ordenaron concilios para defender la ortodoxia cristiana. Por citar algunos ejemplos, el Sínodo de Dort de 1618, la Confesión de fe de Westminster de 1648 o la Confesión Bautista de Londres de 1689, fueron expresiones condensadas de la enseñanza bíblica que buscaron la unidad de la iglesia y reafirmaron doctrinas cardinales de las Escrituras para enfrentar herejías peligrosas para la fe.

Hoy en día, muchas de las denominaciones históricas simplemente han perdido su legado. Otras iglesias ni siquiera tienen algún manifiesto doctrinal en donde se pueda corroborar la enseñanza que se predica porque se considera que eso es una pérdida de tiempo. Decir que "creemos en la Biblia" no es suficiente: los mormones y los Testigos de Jehová afirman eso mismo. Para una persona, dentro y fuera de la iglesia, tampoco es suficiente decir "Yo creo y soy de Cristo" a menos que efectivamente se trate del Cristo de las Santas Escrituras. La secta de la Nueva Era, el movimiento unitario y muchos masones y rosacruces afirman creer en Jesús, pero no en el de la Palabra de Dios.

"Yo soy de Cristo" (1 Corintios 1:12) decía algunos hermanos en Corinto. "Yo soy de Cristo" dicen algunos hoy en día y agregan que las denominaciones cristianas y las declaraciones de fe, las luchas por la defensa de la sana doctrina y la exposición clara de las enseñanzas bíblicas del pecado y de la gracia, son cosas fútiles y contrarias a las buenas relaciones y a la felicidad y amistad colectivas. Pero al igual que los hermanos de Corinto, los cristianos en la actualidad debemos recordar que ni Cristo ni la iglesia está dividida, sino que Cristo es la cabeza y todos los cristianos somos el cuerpo del Señor.

¿Cómo saber si la iglesia o denominación en la que estoy es cristiana? Es simple: en oración hay que estudiar las Santas Escrituras y revisar también la historia de la iglesia. No todas las iglesias coinciden en aspectos como la forma de gobierno o la manera de realizar el bautismo, por ejemplo, pero todas las iglesias cristianas coinciden en que Jesús es Dios y que es uno, sustancialmente, con Dios Padre y Dios Espíritu Santo; todas las iglesias cristianas coinciden en que el pecado nos aparta de Dios y que sólo por medio de la fe en Jesucristo podemos obtener la redención, aparte completamente de nuestras obras; todas las iglesias cristianas coinciden en que la Biblia contiene todo el consejo de Dios para nosotros, y que ninguna otra obra escrita o hablada, o persona alguna (llámese apóstol o profeta), aún cuando se atribuya revelada o inspirada, puede considerarse como autoritativa para los cristianos; y así, amable lector, pudiera seguir refiriendo las santas verdades que la Santa Palabra de Dios ha indicado desde el principio, y que aún a pesar del esfuerzo del diablo por derrocarlas, han perdurado por la Gracia divina para nuestro mayor bien.

¿Somos bautistas? ¿Somos presbiterianos? ¿Somos calvinistas? ¿Somos metodistas? ¿Somos de Pablo? ¿Somos de Cristo?...La evidencia de nuestra fe dará testimonio al mundo de quiénes somos. Una mejor pregunta será ¿mi vida refleja la vida de Cristo? ¿Es mi doctrina acorde con la doctrina de las Santas Escrituras? ¿O soy yo el que está construyendo un cristianismo sui géneris y produciendo una rotura? Aquí, en la plataforma de blogs en Internet es difícil saber si alguno que escribe es congruente con lo que predica. Pero yo no me puedo engañar ni puedo burlar a Dios. Escribo y se que no debo ser hipócrita ni falso. Debo luchar por ser auténtico. Aquí en la red uno puede ser anónimo, pero ante los ojos de Dios tú y yo tenemos un nombre y una identidad. Eso debería ocuparnos siempre.

En el amor de Cristo.

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