Reencuentro

El pasado sábado 26 de febrero me reencontré con mis compañeras de la escuela primaria.
¡Cuántos recuerdos, anécdotas y risas!
Me enteré que había sido de sus vidas estos años, ya que a algunas no las veía desde que dejé la escuela.
Contaron sobre sus hijos y varios los conocimos por fotos.

Hablamos de nuestros trabajos, nuestras familias; hicimos la lista de asistencia que recordábamos en nuestras memorias, preguntamos por las que faltaban.
Físicamente no cambiamos mucho, ya que reconocí a la mayoría y ellas me reconocieron; y por supuesto el infaltable: "¡ ESTAS IGUAL!".

Si bién el aspecto externo solo acumula el paso del tiempo (todas tenemos 47/49 años), las vivencias han sumado experiencias felices y dolorosas; no somos aquellas niñas que esperaban temblorosas que la maestra pasara de largo nuestros apellidos, para salvarnos de la lección.

O que sonara el timbre, anunciando el tan ansiado recreo y los bollitos que vendía la hermana Serafina.
Un comentario trajo a mi mente la discriminación encubierta que me sorprendió escuchar de boca de una de las chicas. Y sí. Era cierto. Si bién era y sigue siendo, una escuela privada de monjas católicas, las preferencias de algunas se inclinaban con las chicas que tenían padres de mayor poder adquisitivo.
Nunca me enojé por eso, pero si me dolía ver como a otras de mis compañeras, no las trataban del mismo modo.
En mi caso, estaba en un término medio; no era de las preferidas, pero no recuerdo haber sufrido humillaciones y si las hubo, ya están perdonadas.

Allí comencé a recibir educación cristiana y se fijaron las bases de mi FE.
Agradezco a mis padres que se esforzaron por darme la posibilidad de estudiar en una excelente escuela, que me formó no solo a nivel de conocimiento general, sino en el ejercicio de una vida centrada en Cristo y en el servicio a los demás.

Autora: Sofia

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