Hace pocos días atrás, vimos por las calles de muchas ciudades, procesiones multitudinarias que (de acuerdo la tradición romana) celebraban, portando en sus manos pequeños ramos de olivo y laurel (ambos de hojas verdes abrillantadas), la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén que da cuenta el Evangelio en su relato de la que sería la última semana del Señor en la tierra; claramente se lee en Mateo 21:6-9 (NVI) "Los discípulos fueron e hicieron como les había mandado Jesús. Llevaron la burra y el burrito, y pusieron encima sus mantos, sobre los cuales se sentó Jesús. Había mucha gente que tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino. Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás, gritaba: —¡Hosanna al Hijo de David!"
Creo que es preciso que el Señor Jesucristo entre a nuestro corazón y que esto no sea sólo un momento lleno de emoción donde lloramos, repetimos una oración y pedimos perdón; no amigo, cada día se requiere de Jesucristo para que quite de nuestro propio corazón el "mercado interno" ese que negocia, vende y cambia los principios divinos por ideas modernas; ese mercado donde tranzamos con nuestros deseos desenfrenados; ese mercado que nos impide ver el para que estamos constituídos.
La limpieza que Jesús trajo al Templo de Jerusalen fue con el propósito de volver a hacer lo que se debía hacer allí; del mismo modo necesitamos que los mercaderes sean desalojados de nuestro templo interno, para sólo consagrarlo una vez más al servicio, adoración y reconocimiento de Aquel que es digno de ello: Jesucristo el Señor.
Por Escriba Diligente - Chile