Llegó para limpiar...




Hace pocos días atrás, vimos por las calles de muchas ciudades, procesiones multitudinarias que (de acuerdo la tradición romana) celebraban, portando en sus manos pequeños ramos de olivo y laurel (ambos de hojas verdes abrillantadas), la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén que da cuenta el Evangelio en su relato de la que sería la última semana del Señor en la tierra; claramente se lee en Mateo 21:6-9 (NVI) "Los discípulos fueron e hicieron como les había mandado Jesús. Llevaron la burra y el burrito, y pusieron encima sus mantos, sobre los cuales se sentó Jesús. Había mucha gente que tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino. Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás, gritaba: —¡Hosanna al Hijo de David!"


Año tras año la religión nos ha instruído bajo sus conceptos y por encima de Las Escrituras, que debemos ser parte de esta tradición, pero poco o nada se nos ha enseñado que es precisamente luego de entrar a la ciudad, que el Señor se dirigió al Templo, que era el centro de adoración para cada judío piadoso. Pero cual fue su sorpresa, que en el mismo lugar donde se debía rendir culto, honra y honor al Todopoderoso, los líderes religiosos de la época habían autorizado en unos de los atrios el establecimiento de un mercado de venta y cambio de animales, aves, monedas y más. Es notable la descripción que hacen los versículos de la reacción del Señor, leemos en Mateo 21:12,13 (NVI) "Jesús entró en el templo y echó de allí a todos los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas. «Escrito está —les dijo—: "Mi casa será llamada casa de oración"; pero ustedes la están convirtiendo en "cueva de ladrones""

Este es el punto, de que nos sirve señalar con un color vistoso en el calendario la fecha del "domingo de ramos" y participar en estas vanas procesiones, olvidando el verdadero sentido del relato bíblico. Mi estimado lector, Jesús no fue a la ciudad de paseo, no fue a buscar la aclamación del pueblo; él fue a morir a ese lugar -no hay que olvidarlo- pero antes entró al Templo con el fin de limpiarlo, de volver a dar el sentido para el que fue levantado: honrar, adorar y servir a Dios.

Creo que es preciso que el Señor Jesucristo entre a nuestro corazón y que esto no sea sólo un momento lleno de emoción donde lloramos, repetimos una oración y pedimos perdón; no amigo, cada día se requiere de Jesucristo para que quite de nuestro propio corazón el "mercado interno" ese que negocia, vende y cambia los principios divinos por ideas modernas; ese mercado donde tranzamos con nuestros deseos desenfrenados; ese mercado que nos impide ver el para que estamos constituídos.


La limpieza que Jesús trajo al Templo de Jerusalen fue con el propósito de volver a hacer lo que se debía hacer allí; del mismo modo necesitamos que los mercaderes sean desalojados de nuestro templo interno, para sólo consagrarlo una vez más al servicio, adoración y reconocimiento de Aquel que es digno de ello: Jesucristo el Señor.


Por Escriba Diligente - Chile

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