“Sin santidad nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14)

JC Ryle foto Estoy convencido de que la santidad es uno de los temas bíblicos que con mayor urgencia requieren toda nuestra atención. Esto se debe a que actualmente hay un creciente interés por lo que dice la Biblia sobre una vida santa y muchas veces desde los púlpitos se enseñan extravagancias acerca de lo que ello significa. Por ejemplo, se escucha con frecuencia que una vida santa es sinónimo de una vida sin pecado (impecable), o bien, que una vida santa requiere de ciertas evidencias carismáticas como hablar en lenguas o caer al suelo “lleno del espíritu”. Otras veces se enseña que una vida santificada es compatible con la práctica del pecado y que es puramente “posicional”. En todos estos casos, hay errores que pueden llevar a las personas al desánimo y aún encaminarlas a la condenación eterna.

J. C. Ryle establece algunas pautas que resumiré en esta publicación para el mayor beneficio del pueblo de Dios. Cada una de ellas requiere tiempo de meditación y estudio, por lo que espero estimular a los amables lectores de este blog a adentrarse en ellas  y extraer de la Palabra de Dios toda la riqueza posible. Es mi oración que estos principios pueden ayudar al cristiano a tener una vida donde su teología sea práctica, sana y madura. Yo mismo he resumido y transcrito estas cosas con la intención de generar una guía que me ayude en la comprensión de la santidad “sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14)

En primer lugar, la santificación es “el trabajo espiritual interior que el Señor Jesucristo realiza en una persona por medio del Espíritu Santo, cuando Él lo llama a ser un verdadero creyente. No sólo lo limpia de sus pecados con su propia sangre, sino que también lo separa de su amor natural al pecado y al mundo, poniendo un nuevo principio en su corazón, y lo hace prácticamente piadoso en la vida”. La naturaleza de esta santificación se puede estudiar según los siguientes puntos:

  1. La santificación es el resultado invariable de la unión vital con Cristo que la verdadera fe le otorga al cristiano
  2. La santificación es el resultado y la invariable consecuencia de la regeneración
  3. La santificación es la única evidencia cierta de la morada del Espíritu Santo en el cristiano, lo cual es esencial para la salvación
  4. La santificación es la única evidencia segura de la elección de Dios
  5. La santificación es algo que siempre se nota
  6. La santificación es algo por lo cual cada creyente es responsable
  7. La santificación es algo que admite crecimiento y grados
  8. La santificación es algo que depende en gran medida del uso diligente de los medios escriturales
  9. La santificación es algo que no priva al ser humano de la existencia de un gran conflicto espiritual interior
  10. La santificación es algo que no puede justificar al ser humano, y sin embargo agrada a Dios
  11. La santificación es algo que se encontrará absolutamente necesario como un testigo de nuestro carácter en el gran día del juicio final
  12. La santificación, en último lugar, es absolutamente necesaria para entrenarnos y prepararnos para el cielo

Cristo indicó que al permanecer en Él llevaríamos mucho fruto (Juan 15:5). La unión con Cristo que no produce efectos en la vida y en el corazón es una mera unión formal, y no nos sirve delante de Dios.

La regeneración trae consigo una nueva creación, un nuevo principio y una nueva vida. Una regeneración en un hombre que vive sin el mínimo cuidado contra el pecado o en mundanerías es una regeneración inventada por teólogos no inspirados, pero que jamás se menciona en las Santas Escrituras. El que permanece en Dios no practica el pecado (1 Juan 3:9).

El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gálatas 5:22). Debemos depender de esto como una certeza positiva: donde no hay una vida santa, no hay Espíritu Santo.

Los nombres y el número de los electos nos resultan desconocidos y sólo Dios los conoce. Sin embargo, una cosa completamente clara acerca de la elección es que los hombres y mujeres elegidos se distinguen por tener vidas santas (Tesalonicenses 1:3-4 y 2:13). Es un auto-engaño y una malvada blasfemia decir que uno es elegido de Dios y al mismo tiempo vivir habitualmente en pecado.

Los árboles se conocen por sus frutos (Lucas 6:44). Una persona verdaderamente santificada se viste con las ropas de la humildad, de manera que sólo puede ver debilidades y defectos en sí misma. A una persona santa generalmente le pasan desapercibidas muchas cosas que hace y que a Dios le agradan, como le ocurrió a las ovejas en Mateo 25:37. ¡Un “santo” que vive en la mundanalidad y pecado es una especie de monstro que no se halla en las Escrituras!

Los creyentes tienen la responsabilidad y la obligación especial de mantener unas vidas santas, porque ellos ya no están ciegos o muertos como cuando eran incrédulos. Con una nueva naturaleza en ellos, los cristianos ya no tienen excusa para continuar practicando el pecado ni para vivir sin dar gloria a Dios cada día.

El ser humano puede escalar en la vida de santidad paso a paso,  avanzar más en algunos periodos de su vida, pero volverse lento en otros. El creyente avanza en la santidad a la par que profundiza y se fortalece en la gracia de Dios. Cuando se lee en 1 Tesalonicenses 5:23 “Que el Dios de paz los santifique por completo” se puede inferir que hay grados de santidad y que cada vez podemos ser más santos; Pedro dice “crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor” dando la pauta para la búsqueda constante de una mayor santidad.

La lectura de la Biblia, la oración privada regular, la asistencia a las reuniones de la iglesia, el escuchar la Palabra de Dios habitualmente y la recepción regular de la Cena del Señor son medios escriturales que ayudan a una persona a ser cada vez más santa. Si  un creyente no es diligente en estos eventos espirituales será muy raro encontrar algún progreso en la santificación.

Un gran conflicto interior entre la vieja y la nueva naturaleza (Gálatas 5:17) no es señal de que una persona no está santificada, sino por el contrario, son síntomas saludables que prueban que no estamos muertos “en delitos y pecados”, sino vivos para Dios. Un verdadero cristiano es conocido por su conciencia en paz, pero también por la guerra que se libra en ella. En esa vida debemos vivir con ambas naturalezas, aún cuando la vieja naturaleza ya haya perdido su poder.

Las acciones más santas de los hombres más santos siempre estarán llenas de imperfecciones y defectos. Pueden padecer de motivos equivocados en sí mismas y no ser sino “pecados espléndidos” que merecen el castigo y la ira de Dios. Es absurdo pensar que dichas obras pueden expiar pecados, ganarnos el favor de Dios o darnos algún mérito para el cielo (Romanos 3:20-28). La obra de Cristo, no nuestras obras, es la única que puede darnos la entrada al cielo. Sin embargo, como un Padre recibe los poco elaborados esfuerzos de sus hijos para complacerlo,así mismo el Padre recibe aquellas obras que nosotros hagamos en su amor (1 Juan 3:22).

Si no somos santos antes de morir, no lo seremos después en la gloria. ¿Qué placer o gusto puede esperar una persona que en esta vida despreció la santidad si en el cielo sólo estarán personas santas? ¿De qué hablará con todas las personas redimidas por Cristo? ¿Qué podrá esperar una persona que vivió entre la mundanalidad y el pecado de un lugar como el cielo donde todo es santo? “Cuando un águila esté feliz en una jaula de hierro, cuando una oveja sea feliz en el agua, cuando un búho sea feliz en un día soleado, cuando un pez sea feliz en tierra seca, entonces, sólo entonces, admitiré que un hombre no santificado puede estar feliz en el cielo”.

Evidencia, evidencia, evidencia” se escuchará en el juicio final, y lo único que podremos mostrar es aquella que haga palpable que fuimos santos mientras vivimos.

Obra consultada: HOLINESS. ABRIDGED. His nature, Hindrances, Difficulties, and roots de J. C. Ryle.

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