El caso de los niños africanos acusados de brujería

Usuario_anonimo Hace unos días, en mi última publicación acerca de la santidad, un usuario anónimo comentó acerca del lamentable hecho de las acusaciones de brujería a niños africanos,  y las vejaciones a las que han sido sujetos por creyentes y líderes religiosos. El usuario anónimo remitió a los lectores a una página web titulada 24Noticias, por lo que al redactar este breve escrito lo haré sobre la base de la dicha información.

Espero que si tú eres el usuario anónimo que instó a los lectores a la reflexión del tema de los niños africanos en mi publicación sobre la santidad, tengas a bien recibir estas breves líneas como una contestación a tu inquietud. Y si no lo eres, amable lector, sólo espero que mis conclusiones despierten tu interés por tener una vida más parecida a la Cristo.

En primer lugar, es muy importante notar que el cristianismo en ningún momento justifica la violación a los derechos de ninguna persona. El cristianismo bíblico –es decir, el cristianismo según el testimonio de Cristo y de las Santas Escrituras- no debe ser usado como base para ninguna acción criminal. No creo, por ejemplo, en las “guerras morales”, ni tampoco en la pena de muerte, ni mucho menos en la violación, tortura y/o ejecución de ninguna persona “en el nombre del cristianismo”.

El hecho de que la pena de muerte y algunos actos genocidas aparezcan en el Antiguo Testamento como órdenes de Dios no significa que dicha revelación, con todas sus implicaciones, esté vigente bajo el Nuevo Pacto. El sermón del monte debiera ser el conjunto de normas ético-religiosas de primer interés para todo cristiano (Mateo 5:1-7:29), además de los diez mandamientos (Éxodo 20:1-17) y todas aquellas partes de la ley cuando sean usada legítimamente (1 Timoteo 1:8; Romanos 7:12). Por otro lado, todas las epístolas y cartas del Nuevo Testamento requieren de un constante estudio y profundización, si es que queremos comprender cada día un poco más acerca de la naturaleza de la fe cristiana y de una multitud de cuestiones prácticas que nos sirven de parámetros para juzgar otras tantas situaciones que se presentan hoy como desafíos para nosotros.

Es indiscutible que los padres tienen que criar a sus hijos en el camino de la fe (Deuteronomio 6:5-7; Proverbios 22:6), procurarles el mayor de los bienes, cuidar su corazón (Efesios 6:4), proveerles y atesorar para su futuro (2 Corintios 12:14), entre otras obligaciones. Estas responsabilidades son insoslayables y deben cumplirse en oración, con amor, y en la paciencia que nos otorga la gracia del Señor. No existen los padres perfectos o impecables, pero sí existen padres cristianos lo suficientemente maduros para atender estas porciones de la Santa Biblia y enfrentar con valor y sabiduría los problemas en la crianza de los hijos.

En cuanto a los ministros cristianos se lee que deben ser “irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, no dado a la bebida, no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso. Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad…Debe gozar también de buena reputación entre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo” (1 Timoteo 3:1-4.7). Además, respecto de la doctrina, Pablo advierte a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan” (4:16). Santiago refiere la trascendencia de la educación cristiana y la responsabilidad de los que enseñan diciendo: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo” (3:1).

Además de estas santas verdades de la Biblia, deben añadirse las que tiene que ver con el fruto del Espíritu porque éste revela el carácter cristiano más que ninguna otra cosa: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). Tanto los padres como los ministros africanos, así como los cristianos en general, debemos atender estas normas de vida de forma habitual como un testimonio de nuestra regeneración y salvación delante de Dios y del mundo.

Una vez que tenemos claridad en el asunto del estándar bíblico en la vida cristiana, estamos en condiciones de emitir un juicio acerca del tema de los niños africanos acusados de brujería. Evidentemente, el diablo es real, acecha, corrompe, engaña (2 Corintios 11:3.14) con sus mentiras e imitaciones (Mateo 4:1-11; 13:19) y desea construir un muro que separe cada vez a la humanidad de Dios; al ser un ángel es superior a los seres humanos en fuerza e inteligencia (Hebreos 2:7; Ezequiel 28:14) por lo que todos los cristianos estamos llamados a estar vigilantes contra nuestro adversario (1 Pedro 5:8).

Sin embargo, como cristianos tenemos que vencer al mal con el bien (Romanos 12:21); nuestras armas “contra las insidias del diablo” no son las de este mundo (violencia, guerras, corrupción y engaños, etcétera), sino la verdad, la justicia, la paz del Evangelio, la salvación, la Palabra de Dios, la oración y la fe (Efesios 6:10-20). Jamás debemos utilizar otras “armas” que no sean estas contra la huestes del mal: infligir castigo físico o mental a una persona para “sacarle el diablo” resulta de una infortunada ignorancia acerca de lo que dicen las Santas Escrituras. Si los demonios huyeran ante los golpes tendríamos un mundo más santo porque son muchos los que todavía recurren a la violencia como medio para resolver sus problemas. Pero la santidad no es algo que crezca con humillaciones, vejaciones, ultrajes y groserías, sino con la gracia, el amor y la verdad divinas.

Los responsables por las violaciones a los derechos de los niños africanos deben enfrentar el debido procedimiento antes las autoridades civiles de su país, y también deberán responder delante de Dios por cualquier superchería y daño que hayan perpetrado contra su prójimo,  ya sea a titulo personal o en el nombre de Dios. Cualquier persona puede decir que hace lo que hace “porque Dios así lo quiere”. No se necesita sino la capacidad mínima para comunicarse para estar en condiciones de apelar a las Escrituras en cualquier acción que se realice. Pero otra cosa es que la Biblia sea efectiva y legítimamente aplicable a los hechos ocurridos. Yo puedo practicar el pecado y decir: “la Biblia dice iré al cielo”, y puedo golpear a mi semejante y decir: “la Biblia dice que debemos corregir a los demás”, pero estas son interpretaciones falsas maquinadas por el diablo quien, a propósito, conoce muy bien las Santas Escrituras.

Lo que ocurre en África tiene su origen en el pecado del ser humano y en las maquinaciones de Satanás. La pobreza, el hambre, la falta de educación y la marginación social son males que inundan muchas partes del mundo. Alguno podría replicar que el Evangelio es precisamente el que ha originado tanta maldad contra los niños africanos, pero como ya se ha dicho, el Evangelio no puede ser uno según el cual se permitan semejantes delitos, sino aquel que Cristo vino a proclamar y encarnar con su vida y ministerio. Pueden haber muchos hechos históricos que manchen el testimonio de hombres pecadores que no asumieron su responsabilidad delante de Dios, pero ningún hecho podrá manchar jamás la obra del Cordero de Dios, su vida perfecta, sus enseñanzas que constituyen nuestra regla de vida y la preciosa salvación con que nos revistió un día. Cada uno dará cuenta de sí mismo y de lo que haya realizado mientras estuvo en este cuerpo (Apocalipsis 20:12).

Por último, haríamos bien en recordar lo dicho por nuestro Señor: “Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”..Y entonces les declararé: “Jamás os conocí; APARTAOS DE MI, LOS QUE PRACTICAIS LA INIQUIDAD”…” (Mateo 7:22-23). Hermano, el día que tengamos que rendir cuentas delante del Señor nadie podrá justificar su pecado apelando al pecado de otro, ni tampoco podremos alegar que había quienes se decían cristianos pero que sólo hacían lo malo, y por lo tanto rechazamos la fe. Los ministros y padres africanos deberán enfrentar delante de Dios su pecado –y en esta tierra el juicio por medio de las autoridades civiles-. Ellos -al igual que tú y yo- están llamados al arrepentimiento mientras haya tiempo. Que Dios tenga misericordia.

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